Fue
descripto por primera vez por el Dr. Asher en el año 1951, en un artículo
publicado en la revista Lancet, donde señalaba a partir de la recopilación de
una serie de casos estudiados por él, la rareza de este fenómeno y sus extrañas
presentaciones clínicas. Más tarde, en 1977, el Dr. Meadow, R., escribe un
artículo llamado Síndrome de Münchausen por proximidad, basado en la relación
abusiva de un adulto con un niño en función de que aquel, ocupa un lugar de
poder en la relación.
Señalan
estos autores que la presentación de este cuadro clínico en los niños, se
caracteriza por que, generalmente la madre, lleva al niño al hospital
demandando atención especializada, requiriendo múltiples y complejos estudios,
para descubrir la índole de la enfermedad que aqueja a su hijo y de la cual
ella afirma que debe responder a alguna enfermedad, sea esta conocida o no.
La
madre es colaboradora con el personal hospitalario, es afectuosa, se presenta
con un esmero y cuidado por el niño fuera de lo común, con lo que aparentemente
es una verdadera preocupación por la salud del niño, sin embargo no hay
angustia.
La
diversidad de síntomas físicos y psíquicos que padecen estos niños, pudiendo
ser estos reales a artificiales, presentan como nota distintiva que la
aparición de los mismos, es creada o inducida por la madre. Es decir, los
síntomas se vinculan directamente a su presencia o ausencia, mejoran o
desaparecen en ausencia de la madre, y vuelven a aparecer en presencia de ésta.
Suele
suceder que el conjunto de síntomas no se ajuste a ningún cuadro médico
conocido, o por el contrario, del relato de los padres la enfermedad sea casi
de manual. Esto obliga naturalmente de parte de los médicos a tomar los
recaudos necesarios para determinar un diagnóstico, aunque generalmente no se
logra dar con un claro cuadro de la enfermedad. Tal situación, plantea la
posibilidad de que la enfermedad sea ficticia. Con esto queremos decir que
desde el paradigma médico, no existe patología orgánica alguna en la cual el
cuerpo esté comprometido. De aquí, que la intervención deba apuntar hacia otras
formas de tratamiento.
Comienza
así la sospecha que la naturaleza de la enfermedad transcurre por el carril de
lo psicológico o psiquiátrico, y que el niño es víctima de una forma de vínculo
con la madre, en la cual ella induce o crea los síntomas por los cuales dice
que el niño sufre. Se vislumbra así en el horizonte diagnóstico la posibilidad
del abuso o maltrato infantil.
Cuando
esto es advertido por los padres, la posición de los mismos cambia. Ya no desean
que el niño sea atendido, plantean que los médicos carecen de pericia para
saber qué les pasa, y de aquella extraña devoción, amor y cuidado que solían
manifestar por su hijo, se pasa a una desconfianza paranoide, donde ante la
derivación al servicio de psiquiatría o psicopatología, utilizan la misma como
excusa para emprender la huida e ir a consultar en otro lugar, transformándose
esto en una interminable carrera hospitalaria sin posibilidad de que adviertan
su implicación en la patología del niño.
La
existencia real de síntomas en el cuerpo, no basta o no es suficiente para
determinar la existencia de patología médica. Los médicos, como ningún otro
profesional de la salud, pueden estar completamente seguros de que “no hay enfermedad”, por lo cual la problemática
ética en estos casos, se instala en el mismo seno del saber profesional.
Esto
plantea a veces el problema de la “verdadera
enfermedad”,
es decir, ¿el
paciente está
enfermo? Tal sucedía
en el S. XIX con la histérica,
a la cual se acusaba de simuladora, ya que no había en sus síntomas ninguna
referencia verificable en el orden anátomo patológico.
Sabemos
que la histeria presenta estos síntomas en el cuerpo en la forma conversiva, es
decir un conflicto psíquico se transmuta en el cuerpo, por ejemplo en vómitos,
dolores de cabeza, mareos, etc. Sin embargo, los síntomas que se presentan en
el Síndrome de Münchausen son completamente distintos, por lo cual el cuadro
genera confusión y grandes dificultades a la hora del diagnóstico, ya que la
presencia de alteraciones o la suposición de que existen, da lugar a las
medidas terapéuticas que el profesional a cargo considera pertinentes para el
caso.
La
complejidad de este síndrome resulta de su particular presentación, ya que la
fabricación y creación de falsas historias clínicas, las hospitalizaciones en
diversas instituciones médicas (ingresos y re-ingresos constantes), los
innumerables estudios clínicos por los cuales atraviesan los niños, la
alteración de los análisis o la administración abrupta de medicamentos, generan
la actitud de no descartar una verdadera patología, sobre todo teniendo en
cuenta que la madre suele presentar ciertos conocimientos en relación a las
enfermedades y procedimientos técnicos que deben realizarse. Este saber,
reviste importancia por la significación que lo “médico” adquiere en la historia vital
de la madre. Así
es que suele observarse este síndrome
en gente que trabaja o es allegada a las instituciones hospitalarias o bien en
padres con familiares médicos.
Se
advierte de esta manera que el niño es víctima de la violencia ejercida por la
madre, pero cuya manifestación está velada por un discurso que se adecua a la
preocupación socialmente esperable por la salud de los hijos. Es por esto que
señalamos que bajo el rostro del amor manifestado por la madre, en realidad se
encuentra un niño presa del abuso.
Por
otra parte, al tomar conocimiento de este tipo de patologías donde está
implicado un menor, también se plantea la necesidad de informar a las
autoridades judiciales, a fin del resguardo del niño y proteger la integridad
de su salud.
Este
tipo de vínculo patológico entre la madre y el niño, reviste ciertamente, un
riesgo de vida de considerable importancia para el niño. Puede ver afectada
tanto su salud física (por las secuelas de los innumerables estudios a que es
sometido) como su salud psíquica (con consecuencias tanto en la estructuración
subjetiva como en su representación del cuerpo).
En
el desarrollo normal de todo ser humano, la dependencia, no sólo física sino
afectiva del niño respecto del adulto, promueve un tipo de vínculo que en los
comienzos de la vida resulta de fundamental importancia y sin el cual, el niño
queda librado a la indefensión. Esta dependencia respecto del otro, puede
volverse patológica cuando la relación entre ambas partes adquiere formas en
las cuales la omnipotencia materna anula cualquier tipo de deseo de parte del
niño. Tal sometimiento promoverá, de acuerdo a la historia vital de cada
individuo, distintas clases de padecimiento. El otro materno, se vuelve aquí el
amo exclusivo del deseo del niño. La dependencia, se volverá violencia,
mediante un aplastamiento del yo del niño quién pasivamente sufrirá por amor a
la madre.
La
apropiación del cuerpo del hijo, por parte de la madre impide la construcción
de cuerpos y espacios diferenciados. Aquello que en el origen responde a una
necesidad de libidinizar el cuerpo del hijo para que sea motor del desarrollo
psíquico, deviene un cuerpo cuya característica es ser objeto del goce materno.
Es decir, el cuerpo sufriente del hijo, se enlaza a alguna forma de
satisfacción inconsciente para la madre y a algún tipo de beneficio secundario
ligado a la necesidad de someter y someterse al saber del otro, saber médico en
este caso, que resultará insuficiente para responder a la demanda de la madre.
Resulta
significativa en las historias clínicas de estos casos, la ausencia del padre
en tanto función simbólica, que permita intervenir en el vínculo simbiótico
establecido entre la madre y el niño.
CONCLUSION
La
violencia y el abuso, pueden enmascararse bajo las formas del amor. ¿Quién
puede amar más que la madre? Esto es lo que está puesto en cuestión.
Que
el niño sea objeto de amor para la madre es un complejo proceso de construcción
subjetiva, que puede verse anulado bajo ciertas circunstancias y devenir para
el niño sumamente riesgoso, tanto para su vida física como para su futura vida
psíquica. Aquello que en lo manifiesto se presenta como un discurso amoroso y
de protección por la salud del niño, puede eventualmente develar un deseo de
muerte, siempre anónimo, desconocido, cuyo objeto recae en el hijo y que
eventualmente éste, puede apropiarse como un deseo propio y recaer en alguna
forma autodestructiva o en la repetición del mismo recorrido de atenciones médicas
y hospitalarias que constituyeron su historia personal.
Retomando
aquello que mencionábamos al principio, el amor, a veces, puede bordear el
camino de lo patológico. Cuando el lazo que se establece ubica a uno de los
partenaires en la posición de objeto, su lugar es de víctima, y cuando esta
violencia se establece en el vínculo madre-hijo, como en el caso del Síndrome
de Münchausen, los riesgos futuros adquieren mayor envergadura.
BIBLIOGRAFIA CONSULTADA
1)
Ascher R.: Munchausen's syndrome. Lancet 1951; 1:339-34
2) Meadow, R.: Munchausen syndrome by proxy: The hinterland of child abuse. Lancet, 2, 342-345
3) Fudín, Mónica: "Bajo sospecha". Maltrato infantil: Síndrome de Münchausen. Rev. Psicoanálisis y el Hospital, Año 7 Nº 14, 1998.
2) Meadow, R.: Munchausen syndrome by proxy: The hinterland of child abuse. Lancet, 2, 342-345
3) Fudín, Mónica: "Bajo sospecha". Maltrato infantil: Síndrome de Münchausen. Rev. Psicoanálisis y el Hospital, Año 7 Nº 14, 1998.