16/5/14

Los Fenómenos Elementales - Por Amaia Vispe y José Valdecasas

Nos acercaremos al estudio de esta cuestión siguiendo a Francisco Estévez en su excelente trabajo sobre el tema: El fenómeno elemental, publicado como capítulo del imprescindible libro Psicopatología de los síntomas psicóticos, de Díez Patricio y Luque Luque. Estévez se ocupa del fenómeno elemental como modelo formal del momento de desencadenamiento de la psicosis, es decir, como paradigma de la operación en la que en el sujeto psicótico la estructura se manifiesta en su despliegue de enfermedad. Este momento sería el periodo primitivo de la psicosis. En esta entrada resumiremos el texto de Estévez, cuya lectura íntegra recomendamos en cualquier caso.
Como señala Estévez, Lacan designa el fenómeno elemental como el elemento central que da cuenta del desencadenamiento de una psicosis, en tanto que momento preciso de ruptura del equilibrio del sujeto y en tanto que operación estructural que determinará la evolución subjetiva posterior. El fenómeno elemental es un efecto del significante que se produce en un momento determinado de la vida del psicótico, cuando éste se encuentra con el significante del Nombre-del-Padre. Ante la ausencia de significación que conlleva la irrupción de tal significante que le falta (primer momento del fenómeno: vacío de significación), el sujeto reacciona produciendo una significación nueva, que consideramos extraña (segundo momento del fenómeno: creación de una significación bizarra). Lacan considera, a diferencia de Clérambault, que en el propio fenómeno elemental se encuentra ya la estructura del delirio.
Clérambault, por su parte, concede también una gran importancia a los fenómenos elementales de la psicosis, agrupándolos bajo la denominación de automatismo mental. A diferencia de Lacan, los distingue del resto de los fenómenos psicóticos y, especialmente, del delirio. Siguiendo a Estévez, para Clérambault, el síndrome de automatismo mental, o Síndrome S, constituiría una reacción de tipo funcional debida en última instancia a una perturbación basal orgánica causante de la psicosis. El síndrome tiene tres características: es una perturbación primitiva, neutra, es decir, sin tonalidad afectiva, y atemática. Las modalidades más destacables de automatismo son el verbal, el sensitivo y el motor. Desde este punto de vista, el delirio es una reacción secundaria, sin ninguna relación con el automatismo mental, vinculada a la personalidad previa y a las aptitudes imaginativas e interpretativas del sujeto.
La emergencia de la enfermedad psicótica en cuanto psicosis desencadenada, es efecto de una ruptura en el equilibrio psíquico del sujeto, pero no es el desarrollo progresivo de una situación biográfica anterior: supone una discontinuidad. Se denomina fenómeno elemental la primera evidencia clínica de esa discontinuidad. Su relación con el momento anterior es de no dialectización. Por el contrario, y siempre siguiendo a Estévez, la posterior construcción delirante, sea cual sea su variedad temática, guarda relación directa con ese momento de ruptura y con su causa significante. Su relación es de estructura.
Por lo tanto, como venimos viendo, para Clérambault, el delirio, en tanto que superestructura explicativa, así como las alucinaciones, no son más que una construcción secundaria. Establece también que las alucinaciones son tan sólo una parte del automatismo mental, que tiene, además, otras múltiples formas de manifestación, entre ellas, eco del pensamiento, enunciación de actos, diálogos interiores y alucinaciones motrices variadas. La alucinación puede alcanzar una dimensión de entidad clínica propia sólo cuando se presenta bajo una forma pura de automatismo, es decir, sin cortejo emocional ni trabajo intelectual. De lo contrario, es un producto asociado y secundario a aquél.
Entre 1919 y 1927, Clérambault lleva a cabo lo que llama la elaboración del Dogma. El automatismo mental tiene para él entidad de proposición que se asienta como firme y verdadera, basándose en una serie de presupuestos. El automatismo mental es el origen y la base de todas las psicosis alucinatorias crónicas, siendo un fenómeno simple y aislable que admite formas variadas y de causalidad orgánica. “Las intuiciones, la anticipación del pensamiento, el eco del pensamiento y los sin-sentidos son los fenómenos iniciales del Automatismo Mental”. Incluso cuando la psicosis aparece revestida por el delirio aparentemente desde el inicio, siempre se encuentra el automatismo mental en el comienzo, pudiendo deslindarse nítidamente si se interroga adecuadamente al sujeto. Las alucinaciones auditivas y psicomotrices son fenómenos tardíos del automatismo mental, según Clérambault.
El automatismo mental es el “Fenómeno Primordial”, sobre el cual pueden edificarse delirios muy variados. En la construcción del Dogma, Clérambault lo define casi siempre de la misma manera: “Por Automatismo yo entiendo los fenómenos clásicos: anticipación del pensamiento, enunciación de actos, impulsiones verbales, tendencia a fenómenos psico-motores [...]”. Asimismo, establece tres condiciones del automatismo que considera determinantes en el desencadenamiento de la psicosis: su carácter neutro, no sensorial e inicial. El carácter neutro, es decir, su dimensión atemática y anideica, está en función directa del desdoblamiento del pensamiento (por efecto de la irrupción del automatismo mental, que produce una escisión del Yo) y la discordancia con los afectos. El carácter no sensorial alude a que el pensamiento extraño al sujeto (xenopatía) no llega por los sentidos, sino por la vía “ordinaria del pensamiento”, en expresión de Álvarez, citado por Estévez. El carácter inicial hace referencia a los fenómenos sutiles inscritos en el origen de la psicosis. Clérambault sitúa estos fenómenos, como ya hemos señalado, en un momento primario y sostiene su dimensión de fundamento de la estructura.
En cambio, en su concepción la alucinación es tardía. Clérambault diferencia entre fenómenos sutiles, que son equivalentes a una suspensión de significación, habiendo algo inefable de lo que el sujeto no puede dar cuenta, dominando la perplejidad y, por otro lado, la alucinación, habitualmente bajo forma de palabra que viene a ocupar ese lugar vacío de significación. Así como autores previos entendían la alucinación como un producto del delirio, al que se atribuía entidad causal, Clérambault, como señala Estévez, invierte los términos y sitúa el origen del proceso en los fenómenos del automatismo mental, que preceden a cualquier síntoma positivo de la psicosis. “En esta concepción las alucinaciones propiamente dichas, tanto auditivas como psicomotrices, serían tardías”. Esta articulación se observa sobre todo en el Pequeño Automatismo Mental o síndrome de pasividad. Hasta que no se construye el Triple Automatismo Mental, que integra el síndrome completo, hay un tiempo de evolución insidiosa del síndrome nuclear. Presenta fenómenos de dos tipos: fenómenos sutiles, caracterizados por la extrañeza y el vacío de pensamiento, pudiendo ir acompañados también de juegos de palabras; y fenómenos ideo-verbales, principalmente el eco y el robo del pensamiento. “El Automatismo Ideo-Verbal no es de origen ideico ni afectivo, sino más bien de origen mecánico”. Ambos tipos de fenómenos son neutros y atemáticos. Posteriormente, aparecen fenómenos de otro rango: el delirio, presentándose la producción delirante como la respuesta que construye el sujeto al síndrome de pasividad; y el resto de fenómenos aparatosos, sobre todo trastornos del pensamiento y del lenguaje, voces, automatismos motores y sensitivos. Estévez señala, siguiendo de nuevo a Álvarez, que el sujeto es despedazado en su identidad por el lenguaje automatizado, pero no tiene otra herramienta que el propio lenguaje para reconstituirse, ahora ya en el delirio, en la locura.
Clérambault dice: “El delirio propiamente dicho no es más que la reacción obligatoria de un intelecto razonante, y a menudo intacto, a los fenómenos que surgen de su subconsciente, es decir, al automatismo mental”. El automatismo, con su irrupción, produce en el enfermo una tendencia a establecer en el Yo una escisión. Después, según las aptitudes de cada sujeto, interpreta de un modo u otro esta escisión y produce una construcción explicativa, que dependerá de las ideas preexistentes de la época y del medio cultural. El grado de sistematización del delirio está en función de las cualidades intelectuales preexistentes en el sujeto.  Califica a los delirios de “epifenómenos” que se derivan de la actividad interpretativa del sujeto, y explica que son el resultado “de un trabajo consciente, y no mórbido en sí mismo, o apenas mórbido, sobre una materia que es impuesta por el Inconsciente”. Y una de sus sentencias más conocidas y repetidas: “Se puede decir que en el momento en que el delirio aparece, la psicosis es ya antigua. El Delirio no es más que una superestructura”. Señala también el maestro francés que el automatismo surge sin conexión alguna con el psiquismo o la biografía del sujeto.
Las cenestopatías, o trastornos de la sensibilidad, presentan un paralelismo con el automatismo mental. Sobre esta base sensitiva pueden construirse diversos delirios. En ocasiones, Clérambault homologa el automatismo mental, al que podríamos representar como un ruido del pensamiento, ajeno por lo tanto a cualquier contenido ideico o desarrollo temático, con la cenestopatía, a la que podríamos concebir de un modo análogo, es decir, como un ruido sensitivo. El sujeto percibiría uno u otro de una manera semejante: algo ajeno a su subjetividad que interfiere su ser. Sobre ambos, a su vez, puede construirse posteriormente un delirio. Lo expresa con claridad: “Las Perturbaciones Cenestopáticas son una especie de Automatismo Sensitivo”.
Allí donde Clérambault concibió los fenómenos elementales como simples fenómenos mecánicos, Lacan entiende que “es más fecundo concebir[los] en términos de estructura interna del lenguaje”. El núcleo de la psicosis se juega en la relación del sujeto con el significante, en su aspecto más formal, y en su posición de máxima exterioridad con respecto a aquél. Todos los restantes fenómenos que se desencadenan alrededor no son más que reacciones a ese primer tropiezo.
Es posible encontrar psicosis no desencadenadas en sujetos que, junto a múltiples rasgos de retraimiento, presentan alguno singular (alguna afición, conocimiento o afiliación especial) que funciona como suplencia del Nombre-del-Padre. El sujeto carece de ese significante que organiza el mundo simbólico, pero en su lugar tiene uno más humilde que lo remeda como un zurcido o una prótesis. Su existencia puede transcurrir, de este modo, sin ninguna crisis apreciable, pero siempre pivotando sobre un punto inestable de equilibrio. En un momento inesperado, puede verse convocado de forma súbita ante el significante que falta: el Nombre-del-Padre, lo que puede suceder por uno de esos encuentros cruciales en la existencia: el amor, la sexualidad, la autoridad, la muerte. En esos momentos, el sujeto tiene que sostener su sexuación desde un lugar de verdad. Ahí desfallece, en el punto en que es llamado el Nombre-del-Padre responde en el Otro un simple agujero. Esto provoca, a su vez, un agujero en la significación fálica, al carecer el sujeto de la capacidad metáforica que proporciona la metáfora paterna.
El proceso comenzaría con el encuentro circunstancial con Un-padre. Como el sujeto carece del significante del Nombre-del-Padre a causa de la forclusión, no le puede dar respuesta, ni tampoco sustituir el vacío por un significante cualquiera porque ello implicaría ya una metaforización. Al no poder sostener su ser, se desencadena la psicosis, produciendo como efectos subjetivos: un primer movimiento de suspensión de significación, ya que el sujeto no tiene ninguna significación que ofrecer, nada con qué responder a ese encuentro, apareciendo el vacío, la detención del pensamiento, la perplejidad y siendo el elemento dominante la extrañeza; y un segundo movimiento, donde se produce la anticipación de una significación nueva, adelantando el sujeto una significación cualquiera ante la angustia que le provoca el vacío anterior. Así, en este segundo movimiento, aparece la alucinación, que tiene siempre carácter de injuria sexual, explícita o alusiva, porque está hecha sobre el material de la sexuación que falta. Esta alucinación es un retorno en lo real del significante excluido, que tiene como función colmar el vacío de significación y la perplejidad en que está sumido el sujeto, siendo el elemento dominante la certeza. Es en este proceso donde se inscribe el matema de Lacan: “lo que no llegó a la luz en lo simbólico, aparece en lo real”. Vemos, pues, como recuerda Estévez, que fenómeno elemental y alucinación no son sinónimos, aunque guardan una gran proximidad. La alucinación es el segundo movimiento del fenómeno primordial y no se puede entender sin el primer movimiento.
El delirio constituye el tercer movimiento. Para Lacan no es tan secundario como consideraba Clérambault, que sostenía que no existía relación alguna entre automatismo y delirio, ya que mientras aquél se activa de un modo mecánico y ajeno a la subjetividad, éste guarda relación con la historia del sujeto y se construye con el material más sano de sus experiencias y recuerdos. Lacan no lo plantea de ese modo, pues entiende que en el fenómeno elemental está ya la estructura del delirio. Naturalmente, se precisa una elección del sujeto. Una primera, para el psicótico, en el momento de su constitución subjetiva, es la del ser de goce. La no incorporación del significante Nombre-del-Padre le permite quedar fuera de la ley (en realidad, dejar fuera a la ley) que es siempre limitadora, y permanecer con su goce ilimitado. Una segunda consiste en qué hacer con el fenómeno elemental, debiendo el sujeto decidir si se mantiene en la alucinación constante o si realiza un trabajo con ésta, llamado delirio. Permanecer en la alucinación diaria es una elección abandónica. Llevar a cabo un trabajo con el delirio es una decisión valiente, ya que implica forzar (y no gozar) el fenómeno elemental para construir un producto. Hay sujetos que sólo deliran pegados a la alucinación, mientras que otros son capaces de construir una metáfora delirante, es decir, un delirio estabilizador y limitado.
Como señala Estévez, la importancia del fenómeno elemental no estriba en que comporte un núcleo inicial parasitario sobre el que el sujeto construye un delirio -entendido como envoltura secundaria- utilizando materiales biográficos. No es así. La posición de Lacan es inequívoca: “El delirio no es deducido, reproduce la misma fuerza constituyente, es también un fenómeno elemental”.

Fuente: PostPsiquiatría